Creí pertinente hacer una ligera reseña acerca de lo que soy, o más bien, lo que creo ser. Porque nadie es realmente lo que dice ser. No somos escritores, ni músicos, ni contorsionistas, ni abogados, ni empresarios, ni presidentes... éstos son sólo nuestros disfraces para el gran baile de máscaras que es la vida. Y en este baile nos acercamos a alguien más con un pasito de cancan y le presentamos nuestra brillante y libelulesca máscara dorada que dice: "Soy un doctor". Es un proceso idéntico al que sucedía cuando de pequeños jugábamos a la escuelita y proclamábamos con orgullo: "¡Yo seré la maestra!" (No que yo haya jugado a la escuelita, claro está: yo respetaba mi rol masculino y me limitaba a divertirme con una cocinita y un delantal). Realmente la única diferencia es que en esta ocasión, si ese alguien más se niega a validar nuestro papel como doctores, tenemos un documento que lo comprueba, firmado ni más ni menos que por un monigote que dice que es el rector de una universidad. Claro que se nos puede también cuestionar si aquel hombre tiene realmente el poder de proclamarnos doctores, pero en ese caso nuestra reacción más probable sería llorar de impotencia y acusarlos con nuestra mamá (¿Lo ven? ¡Es igualito al juego de la escuelita!). Y es que si algo es seguro es que el llamado homo sapiens sapiens no puede soportar que lo cuestionen:
-¡Si mi máscara dice que soy un doctor, entonces soy un doctor!-grita indignado.
Está bien, está bien, perdona nuestro escepticismo. Es sólo que... ¡habíamos olvidado que todo lo que está escrito sobre un pedazo de cartón se vuelve inmediatamente una realidad irrefutable! En fin, yo aún no estoy muy seguro de qué es lo que dice mi máscara, si es que ya dice algo. Me da terror quitármela para leer lo que esté escrito en ella, no sé si por miedo a enterarme de cuál es mi rol en la suciedad (ejem... ¡sociedad!) o por miedo de que los demás me vean fuera de mi trinchera de celulosa y crean que no tengo personalidad. ¿Qué me gustaría que dijera? Uff, eso es todavía más complicado de responder. Si un día se nos acercara alguno de los tantos dioses creadores que ha habido (Quetzalcóatl, Yavé o Walt Disney por poner algún ejemplo) y nos dijera "te doy la maravillosa oportunidad de que tu máscara diga exactamente lo que tú quieras que diga, sin temor alguno, sin represalia alguna, sin trámites necesarios"... ¿qué haríamos? Seguramente entraríamos en pánico ante la responsabilidad de una decisión tan apabullante. Tartamudearíamos, nos secaríamos el sudor de la frente, tragaríamos saliva y pensaríamos (tú, yo, él, nosotros, ellos): "¿Lo que yo quiera? Qué lío... Veamos, cuando era pequeño quería ser bombero, o astronauta, o barrendero. Mis gustos han cambiado con los años, por fortuna. En la secundaria me hubiera gustado ser jugador profesional de fútbol... ¡o rockstar! Claro que sólo era por las chicas, porque soy tan músico como mi perro es republicano, y no tengo perro. En la prepa tenía grandes planes: el premio Nobel de física y una esposa con un físico de Nobel. Lástima que mi intelecto y mi belleza siempre han sido... moderados. Por un momento estuve a punto de arriesgar el pellejo y estudiar lo que a mi madre le gusta llamar "licenciatura en dibujitos", o sea, píntura, pero está claro que hubiera terminado desayunando mendrugos de pan pasados con agua de la llave. Y aquí estoy, estudiando Administración del Conocimiento y con un millón de planes frustrados. ¡¿Cuál de esos tantos planes será el que me haga feliz?!".
Después de mucho divagar, de excavar el cerebro, de apretar los bordes del sillón hasta dejar marcas permanentes, la mayoría de la gente se daría cuenta de que es una decisión demasiado complicada y desistiría en su intento de respuesta. ("Bah, Administración del Conocimiento no está tan mal... Administro el conocimiento, ¡eso me hace una especie de intelectual!") Acto seguido, remarcaría su máscara con plumón indeleble y le sacaría los ojos a cualquiera que se atreviera a cuestionar su profesión. Pero bueno, al menos estaría en paz consigo mismo...
...Y si mi abuelita tuviera malta, sería un corn flake...
En fin, se ha terminado el tiempo (por suerte, sólo figuradamente hablando) y es hora de cerrar esta entrada. Siento no haber hablado realmente sobre mí, ojalá y eso pueda suceder algún día (aunque tal vez este texto sí les haya dado alguna idea de aquello a lo que están enfrentando). Deseándoles una noche obscura y efímera, me despido.
Ramis
El Intermedio. El Principio. El Final.
Hace 13 años
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarAMÉN
ResponderEliminarEs como si la vida fuera una gran obra de teatro, y todos tuviéramos distintos papeles que cambian de acuerdo con la situación que se nos presenta, algo así dice Turner en su antropología del performance :)
ResponderEliminarCoral estudiante de la enah
Coral la oaxaqueña
Coral la que aveces también escribe
Coral la que le cae bien Juan Carlos :)