Señores y señoras... ¡Sean ustedes bienvenidos!

El bebé recién nacido llora de desconsuelo al darse cuenta de que ha dejado atrás su pequeña cueva de comfort y ha llegado el momento de enfrentarse al exterior. Llora y gime mientras es acariciado y limpiado por una desconocida con un horrible tapabocas. Grita "¡Epa, qué confiancitas, ¿eh?!" y parece no ser escuchado siquiera. Observa horrorizado cómo un energúmeno de cabeza cubierta lo ataca con unas tijeras, cortando de tajo toda conexión con su yo anterior. "¡Eh, no tires eso! ¡Planeaba disecarlo! Ah, mierda... ¿Qué aquí nadie habla español?" Aquel asesino de cordones umbilicales le dice después a su madre, como si todo estuviera bien: "Su hijo está perfectamente sano."

¿Sano? ¿Es acaso una broma? Al pequeño le acaban de horadar el ombligo sin anestesia general, lo trajo al mundo un hombre que vive de toquetear las partes privadas de su madre, su papá coquetea con la enfermera pidiéndole un baño y el trauma que le causará que su primer contacto físico con alguien haya sido una nalgada será irreparable... Ajá, el niño está perfectamente sano, ¡y si mi abuelita tuviera malta sería un corn flake!

A primera vista, el mundo parece aterrorizante. ¿Podrá acaso el niño crecer a salvo? ¿Se convertirá en un flamante empresario o venderá pastillitas de menta en el metro Etiopía? ¿Conseguirá una novia hermosa e inteligente o terminará presumiendo un estandarte con el lema "Hoyo... aunque sea de pollo"? ¿Tendrá una familia feliz o su padre conseguirá al cabo de unos pocos años aquél tan deseado baño de esponja? Todo esto (¡y más!), descúbralo en ...Y si mi abuelita tuviera malta, sería un corn flake..., éste, su blog, mi blog, nuestro blog... no, de hecho sí es mío.

martes, 29 de marzo de 2011

Crónica de una muerte (dulce) anunciada

Estamos a punto de ingresar en uno de esos recintos en los que todos se mueren por entrar pero procuran resistirse a sus impulsos: uno de tantos tianguis eróticos, mejor conocidos como sex-shops. Una cortinita de cuentas rosadas nos da la bienvenida e inmediatamente después de cruzarla nos recibe un olor dulzón, como a fresa y melón, que seguro pretende incitarnos a dejarnos llevar por nuestros más salvajes instintos. Una señora detrás de un mostrador nos sonríe maliciosamente. Parece una de esas maestras de primaria que disfrutan de “reglear” a sus alumnos (y podría casi asegurar que el gran parecido no es pura coincidencia). Le decimos que sólo entramos para ver y comenzamos nuestro deambular por la tienda.
            Lo primero que nos llama la atención son unas muñecas inflables de bolsillo (“¡Las muñecas inflables más pequeñas del mercado!”, reza el paquetito). ¡Cómo no! Para aquellos largos viajes en camión, como sustitución de alguna horrible película de eructos gringos. Y al lado, los siempre útiles vibradores (también de bolsillo, por supuesto), siempre listos para hacer sobrevivir a las chicas alguna cena familiar aburridísima (“¡Niña, deja de poner los ojos en blanco y termínate tu sopa!”).
            Un poco más allá, nos sorprende un kit completísimo para realizar un picnic sexual en el campo: cucharas y tenedores con la punta en forma de falo, mondadientes con el mismo acabado (como preparación para cuando uno verdadero tenga que hacer su entrada triunfal) y una especie de mamilas con terminación de glande (¡ideal para aquellas desafortunadas chicas cuyos novios no pueden eyacular agua de jamaica!).
            Nuestra siguiente parada es el estante de dildos. Los hay para todos los gustos, desde aquellos para las que gozan de una pequeña pirinola oriental hasta otros para las que prefieren un orgasmo a la Drácula (con empalamiento, pues). Después de observar algunos de desmesuradas dimensiones, nos alejamos avergonzados, con paso de vaquero, con la intención de demostrar que no tenemos nada que pedirles a aquellos monstruos de silicón.
            Al llegar a la sección lésbica, nuestro ego se ve profundamente lacerado: sólo se necesitan unos cuantos centímetros de plástico adheridos a un cinturón para reemplazarnos plenamente y hasta con creces (cuando a veces he intentado vibrar a tan altas velocidades, lo único que he logrado es un agudo dolor de cabeza).
            Antes de concluir nuestra visita, nos adentramos en el departamento dedicado al placer anal. Resulta maravilloso percatarse de qué tan moldeable puede ser nuestro recto. Después de unos minutos de bolas de metal atadas unas a otras, de cilindros con pelitos tiesos en la punta y de increíbles tubos con cúspide giratoria, recordamos con una sonrisa aquel Récord Guiness del hombre que se metía decenas de pelotas de tenis en la boca.
            Finalmente, felices de haber traspasado nuestras propias fronteras, salimos de nuevo al mundo real, masticando golosamente unos deliciosos condones sabor manzana.

-Y si mi abuelita tuviera malta, sería un corn flake-

martes, 4 de enero de 2011

Querido Santa:

Este año, como la verdad es que no me he portado muy bien, quería mejor escribirte acerca de algo que me aqueja en estos últimos días. Es triste darse cuenta de que constantemente perdemos cosas que nos quitan la emoción por la vida. Cuando uno crece, el ratón de los dientes pierde el interés por nuestros caninos, el coco deja de atormentarnos para convertirse en un tema irrisorio y tú pasas de ser una de nuestras fantasías más deliciosas a ser un gordito barbón que nos hace pensar en refresco de cola. ¿Por qué prefiero contarte esto que pedirte el usual regalo? Porque en estas épocas en las que el espíritu navideño comienza sus rondas nocturnas por nuestro barrio, yo me doy cuenta de que me siento muy diferente a como me sentía en mi niñez.
                Cuando era pequeño, la sola mención de las fiestas navideñas hacía que un ligero escalofrío de emoción me recorriera la espina dorsal. Me relamía las encías pensando en el sublime momento en el que nos sentaríamos alrededor del arbolito para la apertura de regalos. Qué dulces recuerdos: mis primos, mi hermano y yo (en aquella época en la que todavía no perdíamos la inocencia) sentados a la expectativa, salivando ante los presentes que recibían los demás, mordiéndonos las uñas hasta la médula ósea mientras nos preguntábamos: “¿Habrá sido éste mi último regalo?” La melodía gloriosa que nos acompañaba a cada rompedura de papel envoltorio aún resuena en mi cabeza: “¡Que lo abra! ¡Que lo abra!”
                Ahora todo ha cambiado. Los que solíamos ser pequeños, pese a nuestra reticencia y nuestra lucha en contra de la madurez, nos hemos convertido en desencantados adultos jóvenes. La única niña que todavía ronda la reunión familiar se ha vuelto una burla de un anacronismo descarado, un cruel recordatorio de que la época en la que nos orinábamos en la cama se ha terminado para siempre. Como resultado, los regalos son cada vez menos originales y nuestros rostros al recibirlos muestran cada vez menos excitación.
                Yo solía ser de los pocos niños que todavía a finales de la primaria te defendían encarnizadamente. Mientras mis compañeros se regodeaban en el supuesto conocimiento de que tú habías dejado de existir, yo vivía atormentado por su ingenuidad, por su falta de fe en un tema en el cual (según yo) no cabía discusión alguna. Por lo tanto, fui el que sufrió un desencanto mayor. Incluso recuerdo que unas tímidas lágrimas escaparon de mis ojos cuando me enteré de que nunca había sido verdad que te escabulleras por la chimenea de mi hogar.
                Te escribo esto con la esperanza de que suceda una regresión en mí. Tal vez esta catarsis literaria me devuelva la emoción y la creencia. Yo estoy seguro de que los niños no son ingenuos, sino más sabios. Ellos ven cosas y entienden cosas que nosotros no: no aprendemos mientras crecemos, sino que olvidamos. Y yo creo firmemente que olvidamos que las maravillas sí existen, que olvidamos que hay cosas que no se pueden explicar con la lógica humana, que olvidamos que siempre se debe de guardar un lugar en nuestra vida para la magia, incluso en los tiempos más aciagos. Gracias por todo, Santa. A pesar de que eres un resultado de la globalización y la dominación estadounidense… me hiciste muy feliz.

... Y si mi abuelita tuviera malta, sería un corn flake...

In memoriam a los peluches herrumbrados en los áticos de todo el mundo

¿Dejamos de jugar porque maduramos o más bien maduramos porque dejamos de jugar? Pregunta difícil de contestar, ¿no es así? Sobre todo porque también habría que preguntarse qué significa madurar. Tomemos por ahora la acepción a esta palabra que le ha dado el grueso de la población: madurar es comportarse como adulto, es decir, actuar con seriedad, pensar en el futuro, ser responsable y adquirir una visión un poco amargada acerca de casi todas las cosas. Siendo totalmente sinceros: ¿quién rayos querría entonces madurar?
            El juego existe porque existe la creatividad. ¿Qué es la creatividad? Es la capacidad de tomar todas las cosas que conocemos y ordenarlas de un modo distinto, dándoles siempre un toque propio que hará a la creación verdaderamente nuestra. La invención y el juego son simbiontes, por lo que, al dejar de jugar, ¿no estaremos siendo los crueles asesinos de nuestra inocente creatividad? Porque además, una creatividad muerta significa también la muerte de todos aquellos personajes ficticios que pudieron haber existido y no lo hicieron. ¿Cuántas princesas, cuántos duendes, cuántos soldados no pudieron ver nunca la luz a causa de la madurez repentina del que pudo haber sido su progenitor (o progenitora)?
Me pregunto todo el tiempo cómo sería la vida si la gente nunca perdiera el miedo a seguir jugando. Porque dejamos de jugar por eso, por miedo a nunca madurar, porque nos da terror quedarnos atrás, porque no soportamos la idea de ser los últimos en tener su primer beso por andar jugando al amor con un par de muñecos afortunados. Pero si los demás no nos juzgaran, probablemente seguiríamos viviendo en un mundo de fantasía. Sobre todo porque fantasear funciona como un paliativo del sufrimiento: si existiera una operación para removernos la preocupación, la anestesia sería escribir un cuento. En la película “Tideland”, de Terry Gilliam, la pequeña protagonista juega a maquillar y arreglarle el pelo a su padre, que en realidad lleva muerto varios días a causa de una sobredosis de heroína: una horrible tragedia convertida en un concurso de belleza. En el libro “Métaphysique des tubes”, de Amélie Nothomb, una niña de dos años vaga divertida por la calle mientras piensa que su padre, que se ha caído dentro de una alcantarilla, arregló todo lo sucedido para revelarle de una manera didáctica que trabajaba de limpiador de tuberías (siendo esto mentira, encima de todo). La realidad más cruda se convierte en un acontecimiento simplemente curioso a través de los ojos de un infante.
            Como un artista, el niño tergiversa la realidad, la reconstruye. Me hubiera encantado que alguien llevara una bitácora de mis ensoñaciones de la niñez… ¡serían una fuente interminable de ideas originales! Solemos quejarnos de la rutina y la monotonía de la vida, ¿no sería acaso la solución ver la vida como un gran juego, un Monopoly realista en el que el azar no tuviera un papel preeminente? ¿Qué sucedería si en vez de cortar de tajo nuestras alucinaciones lúdicas las exaltáramos? Definitivamente el mundo sería diferente. Siendo la creatividad un músculo, ¿qué pasaría si lo ejercitáramos consuetudinariamente? ¿No sería el juego una manera de aumentar nuestras posibilidades, de llevar al ser humano a su propio límite? ¿No sería el juego una forma de libertad?

... Y si mi abuelita tuviera malta, sería un corn flake...

lunes, 2 de agosto de 2010

¿En qué se nos va el tiempo?

Antes que cualquier otra cosa, pedimos un profundo perdón por nuestra ausencia de prácticamente dos meses. Justamente por eso esta entrada habla acerca del tiempo, aquella escurridiza cuarta dimensión a la que todos temen y respetan, pues es increíble como en un abrir y cerrar de ojos pasamos de jugar con muñecas a vestir mini faldas (no que yo haya tenido dicho cambio, por supuesto... yo aún sigo jugando con mis muñecas). Un instante de descanso se puede convertir en un sueño eterno si no estamos bien atentos, un momento perdido se puede convertir en un vida perdida si no prestamos atención. Y a la vez, hay que estarnos cuidando de no obsesionarnos con este diablillo del porvenir, pues terminamos por desperdiciar cada segundo mientras observamos nuestro reloj de muñeca (reitero, aún juego con mis muñecas).

Somos esclavos del tiempo, nuestra existencia está atada a una cierta cantidad del mismo, que no sólo es limitada sino que es increíblemente corta. Me sorprende por eso cómo puede existir aún el aburrimiento. ¿Cuándo se aburre uno? Cuando uno no tiene nada que hacer, por supuesto. ¿Y cómo es posible que, teniendo tan ridículamente pocos minutos de vida, podamos creer que no tenemos nada que hacer? Hagamos las matemáticas:

-Una persona común y corriente vive alrededor de 80 años...
-Es decir, 29'200 días...
-O sea, 700'800 horas...
-Es decir, 42'048'000 minutos...
-O sea, 2'522'880'000 segundos...

De esto, quitémosle el tercio del día que pasamos babeando la almohada y soñando cosas incoherentes y nos quedan 1'681'920'000 segundos. Y si a esto le quitamos el tiempo que pasamos comiendo y descomiendo (7 años y 160 días, según estadísticas) tenemos 1'447'344'000 segundos, que son 16'751 días de vida. ¿Les suena a mucho o a poco? Si tomamos en cuenta que la mayor parte de los días se nos pasan en unos cuantos programas de televisión, unas visitas al querido Facebook, unas horitas de chatear sobre temas insignificantes y unas largas miradas al vacío, entonces es poco, muy poco tiempo. Y de todas formas, nos aburrimos constantemente, cotidianamente y considerablemente.

¿Quién no ha escuchado las palabras "qué rápido pasa el tiempo, ¿verdad?" en su vida? Porque efectivamente, se nos figura que el tiempo se nos escurre entre los dedos como agua. Y no nos damos cuenta de que el tiempo parece pasar más rápido si miramos hacia atrás y contemplamos todo un desierto de nadas, de vacíos. Si nada ha sucedido, ¿cómo podríamos llenar de algos nuestros recuerdos? Y si los pocos algos que tenemos en la memoria suelen ser algos repetidos, peor aún. ¿Qué pasa entonces cuando intentamos asomarnos a nuestro pasado para encontrar lo productivos que hemos sido a través de nuestra vida? Encontramos solamente capítulos de Melrose Place, una infinidad de grupos de Facebook a los cuales nos hemos unido, una que otra fiestilla donde nos pusimos hasta el gorro como siempre y una que otra charla en el Msn sobre aquellas mismas fiestillas donde nos pusimos hasta el gorro como siempre... Una vida cíclica, que da vuelta en círculo, un ostinato interminable, un loop infinito de ochenta años (infinito en apariencia, ochenta años en realidad).

Y los pocos algos que rellenan los espacios vacíos suelen ser algos sólo aparentemente, pero no en esencia, pues pasamos por la vida como una brocha pasa por un lienzo: sólo por la superficie. De ahí se derivan, por ejemplo, las historias de travesías que parecen ser siempre iguales. Siempre la mención del clima, del comportamiento de la gente, de los lugares que uno TIENE que visitar pero no sabe por qué, de la comodidad del hospedaje. Y, tal vez, en medio de todo eso, la anécdota graciosa que pretende condimentar el recitativo ya mil veces dicho... O también se puede hablar acerca de la escuela, cayendo siempre en la costumbre de echarle pestes al maestro hijoeputa en turno, quejarse de la dificultad supuestamente injusta de los exámenes y chismear acerca de un nuevo amorío (puede ser propio o de cualquier compañero o compañera que tanto el emisor como el receptor conozcan). O (por supuesto) el tema más concurrido de todos, y que ya ha sido mencionado antes en esta misma entrada: la fiestilla donde nos pusimos hasta el gorro como siempre. Y dentro de este rubro, la enumeración infaltable de nuestras grandes hazañas: el número de shots que aguantamos antes de expulsar las quesadillas que cenamos, el número de labios que logramos chupetear antes de recibir una tremenda cachetada (o una tremenda negativa, que viene siendo lo mismo para un don juan empedernido), o bien, el número de veces que marcamos nuestro territorio sobre la vegetación del vecino.

Nuestros límites creativos nos imponen la repetición de nuestros actos en palabras. Y esta repetición es la que hace parecer al tiempo aún más corto de lo que ya es. Pues pasamos un tercio del tiempo haciendo, y dos tercios contando lo hecho.

El aburrimiento es un hábito, perder el tiempo es un hábito, y también ser productivo puede llegar a ser un hábito. Un hábito doloroso de conseguir, pero muy revitalizante. ¿Qué pasa cuando, al mirar hacia atrás, uno se da cuenta de que plagó su día de acción y creación? El día nos parece largo, ancho y alto. ¿Valdrá entonces la pena conseguir dicho hábito? Eso lo decidirá cada quien...

-Y si mi abuelita tuviera malta, sería un corn flake-

domingo, 30 de mayo de 2010

Sobre el insomnio

¿Qué es exactamente el insomnio? ¿Es físico y tangible? ¿O es abstracto y escurridizo? ¿Es un estado del ánimo? ¿Es una enfermedad venérea? ¿Es un pretexto? Es probable que nadie pueda dar una respuesta satisfactoria a estas preguntas, pero lo que no se puede negar es que el insomnio está entre nosotros. ¿Cómo reconocerlo? No es una tarea fácil.
    Su primera característica es que es un animal nocturno, comparte vida con gatos y murciélagos, y sale a cazar cuando sus víctimas andan babeando la almohada. Es un efectivo cazador, pues sabe que no existe mucha posibilidad de resistencia de parte de los somnolientos vocadillos (sí, vocadillos con "v" chica porque ya me cansé de escribir como se debe).
    Su segunda característica es su eclecticismo, pues no discrimina a la hora de elegir: desde niños a viejos, desde perros a pulgas, todos pueden caer bajo el influjo de este terrible depredador (excepto los osos perezosos, claro, pero a ellos no se les toma en cuenta como seres vivos).
    Su tercera y más importante característica es su curioso modo de ataque. El insomnio utiliza casi siempre el canal de los sueños para abalanzarse contra el objeto de su elección. De esta manera induce al atacado a que despierte. Digamos, por ejemplo, que la víctima está soñando con una fiesta. Repentinamente, comienzan a aparecer exquisitos manjares en una mesa que se encuentra en la esquina de la habitación (sí, la fiesta se ha convertido en un abrir y cerrar de ojos en una reunión en algún cuarto de un hotel barato). El que sueña se encuentra al otro lado de la habitación y ve materializarse poco a poco una pierna de jamón serrano, luego un puerco al horno, luego una manzana en la boca del puerco, luego un gusano en la manzana en la boca del puerco, luego unos cortes argentinos, luego frutas exóticas, luego un bebé al ajillo, luego un payaso que mastica una pata de pollo. Después se percata de que han aparecido tres de sus alimentos favoritos: pato a la orange, cordon blue y vino blanco. Para entonces su estómago comienza ya a crujir y a pedir ayuda desesperadamente. El que sueña intenta acercarse a dichos alimentos, pero sus pies parecen clavados al suelo. Efectivamente, al mirar hacia abajo se da cuenta de que un chimpancé ha clavado sus pies al suelo. Se pregunta: "¿Habrá usado clavos oxidados?" Por suerte, un doctor está en la fiesta (sí, han regresado a la fiesta como por arte de magia) y le aplica seis inyecciones de arroz con leche. Ya tranquilo, voltea hacia la mesa donde se encontraba el banquete y repara en tres ingenieros agrónomos obesos que se atragantan con lo que hay de comer (¿Cómo rayos sabe que son ingenieros agrónomos? Sólo el sortilegio del onirismo puede saberlo).Se le empieza a hacer agua la boca y acto seguido se comienza a ahogar dentro de su propia boca. Entre la desesperación del ahogo y la desesperación del hambre, el insomnio, con todo éxito, logra despertar al perjudicado.
    Éste es el primer paso que lleva a cabo el insomnio para conseguir un ataque victorioso. Ahora el dormido está despierto y ha llegado la hora de mantenerlo en ese estado. ¿Qué sigue? Una intensa actividad neuronal. El insomnio hace todo lo posible para que el ahora despierto comience a pensar demasiado, cosa que no es nada difícil, a decir verdad. Lo único que el atacante debe de hacer es recordarle lo que sucedió en el día con un ligero toque dramático. Pongamos un ejemplo: la víctima estuvo en compañía de una linda chica esa misma tarde, compartiendo risas y buenos ratos. Mientras deambula de un lado a otro de su habitación, intentando relajarse para volverse a dormir, se le mete en la cabeza la idea de que es probable que le guste a esa chica. Acto seguido, empieza a medir los pros y contras y se hace un lío tremendo, pues la chica es su mejor amiga, no quiere lastimarla si todo sale mal, su hermano es un vándalo y le puede hacer daño, a uno de sus amigos también le gusta, etc. Este tipo de dudas bastan para mantener al animal enjaulado en vigilia. Comienza a sudar, va al baño, se toma un vaso de agua, se echa un cigarrito, y se acuesta en su cama a jugar al remolino (a dar vueltas, pues).
    ¿Cuáles son los alimentos del insomnio? El estrés, la tensión, la duda, la gastritis... Y cabe recalcar que este acechador noctámbulo no tiene llenadera. ¿Es lo mismo padecer insomnio que padecer sonambulismo? El Doctor Schwomfeld nos explica por qué no:

-Señor Entrevistador: Doctor Schwomfeld, ¿cuál es exactamente la diferencia entre el insomnio y el sonambulismo?
-Doctor Schwomfeld: Mira, son realmente muy parecidos, pero básicamente tienen un detalle que los diferencia completamente.
-S. E: ¿Ah, sí? ¿Y cuál es?
-Dr. S.: Que en el insomnio uno está despierto, y en el sonambulismo uno está dormido.

    Gracias, doctor, por abrirnos los ojos en esta, la noche más aciaga. Sólo nos queda una cosa más por añadir en esta entrada: ¿existe una solución al insomnio? ¡Por supuesto! La solución es no pensar en absolutamente nada, dejar la mente en blanco, vaciar el disco duro encefálico. Esta misma entrada fue hecha como un contraataque, por lo que usted puede leerla para no pensar en nada. El texto está diseñado para que, al ser leído, inmediatamente el lector quede sin absolutamente nada en la cabeza. Por supuesto está el riesgo de que nunca vuelva a aparecer nada por ahí arriba, pero es un riesgo que vale la pena tomar. ¿Qué es preferible, pensar o dormir? Dormir es definitivamente más cómodo...

...Y si mi abuelita tuviera malta, sería un corn flake...

    Muy buenas noches, queridos lectores, y dulces sueños.



-Advertencia: La mayor parte de esta entrada fue escrita a las cuatro de la mañana. Si usted la ha leído, lávese los ojos con tíner, queme su computadora y llame a un exorcista. A menos, claro está, que le guste estar en estado vegetal. Nada de lo que está escrito aquí es verídico, sino puramente hipotético. Los ejemplos son meras invenciones sin fundamento alguno (como todo lo que el autor dice, escribe y hace). Gracias por su compresión, digo, comprensión.

viernes, 28 de mayo de 2010

Disertaciones acerca del sentido de la vida.

Todos nos hemos preguntado alguna vez acerca del sentido de nuestra vida. Sabemos que algún día tenemos que morir y sabemos que en menos de cien años para lo único que serviremos es para alimentar gusanos bebés. ¿Será el sentido de nuestra vida alimentar gusanos bebés? Tal vez el libre albedrío es sólo una ilusión, y en verdad estamos aquí como parte de un experimento llevado a cabo por gusanos. ¿Seremos entonces el ganado humanuno que es engordado y cuidado sólo para terminar como platillo principal de una lombriz burguesa? Me niego a ser el plato fuerte en el menú de alguna comida corrida subterrestre. De sólo pensarlo me dan calos fríos, o escalofríos que es lo mismo. "¿Qué desea como tercer plato? Tenemos oreja de Ramis o labio inferior de Ramis o hígado de Ramis." "¿El labio inferior, con qué viene acompañado?" "Con ensalada César." Al menos tendrán el buen gusto de acompañarme con una buena guarnición. ¿Quién diría que después de muerto compartiría estómago con un romano? De por sí, eso de compartir estómago con alguien no lo hubiera imaginado. Espero que la lombriz que me ingiera se lave los dientes a menudo... La verdad es que no sé mucho acerca de los hábitos de limpieza de tales invertebrados.
    Muchas veces, platicando acerca del sentido de la vida con otros seres de mi especie, ha llegado a mis oídos la idea de que estamos en esta Tierra para trascender. Lo que me pregunto es: ¿para trascender a dónde? Y no sólo me lo pregunto, sino que le he preguntado a los demás, y he recibido dos tipos de respuestas distintas:

1.- Estamos aquí para que, a través de nuestras buenas acciones nuestra alma pueda trascender a un mejor lugar (mejor lugar entendido como el Paraíso cristiano o uno de sus sucedáneos, claro está).
2.- Estamos aquí para que, a través de nuestras buenas acciones nuestra persona pueda trascender y ser recordada por siempre por las generaciones futuras (asumiendo que habrá generaciones futuras, claro está).

    Maravillosas respuestas, pero me siguen causando malestar estomacal (como le pasará a la lombriz que se atreva a tragar mi hígado en mal estado). ¿Por qué el guardián de las puertas del Paraíso me dejaría pasar? ¿Quiénes serán los afortunados que puedan estar contemplando al Señor por toda la eternidad? ¿Cuál será el método de elección? Si hacen un examen de catequismo seguro que voy a terminar ardiendo en los fuegos de la perdición. ¿O acaso elegirán dependiendo de la raza? ¿O del sexo? ¿O del color de cabello? Además, ¿en verdad es una buena idea observar a un viejito barbón por toda la eternidad? No sé, ésa no es mi definición de fiesta. Además, ¿cómo saber que nuestra alma quiere trascender? ¿Alguien le ha preguntado? ¿Alguien ha visto un alma trascendiendo? ...
...
...
...

-Ah, mira por allá, justo al lado del balcón rojo, un alma trascendiendo.
-¡No puedo creerlo! Ya me ha tocado ver tres almas trascendiendo en sólo una semana.
-¿Tres? ¡Wow! ¡Tal vez es un presagio!
-¿De qué me voy a morir pronto?
-No, no me refería a eso, sino a...
-Tienes razón... Debe de haber una razón  lógica para esto. Nadie ve tres almas trascendiendo en sólo una semana.
-No, espera, yo decía que...
-Tengo que avisarle a mi madre, para que vaya haciendo preparativos para mi funeral. No quiero que mi muerte le agarre por sorpresa.
-Oye, no digas tonterías, yo quise decir...
-¿Sabes? Al menos tengo un alivio.
-¿Sí? ¿Cuál?
-Al menos sé que mi alma efectivamente va a trascender.
-Sí, bueno, pero...
-En cambio, tú sólo has visto un alma trascender esta semana, seguro te vas al Infierno.
-¿Qué rayos estás diciendo?
-Ah, nada... Es sólo que, creo que es más conveniente que dejemos de vernos.
-¿Qué? ¿Por qué?
-No sé, es que... tú sabes, mi madre me ha dicho siempre que me aleje de las malas influencias. Y digo, creo que alguien que ha hecho un pacto con el Diablo definitivamente cae dentro de la definición de mala influencia.
-¿Pacto con el diablo? ¿Qué sandeces estás diciendo?
-Ya sabes, el primer paso para superarlo es aceptarlo.
-¡Pero no voy a aceptar una idiotez como la que estás ladrando!
-Mmm... ¿Sabías que el comportamiento agresivo es un síntoma de un pacto con el Diablo?
-¿Y de dónde sacaste todo eso?
-De unos libros.
-¿Sabes qué? ¡Yo soy el que ya no quiero verte!
-Típico. Quieres que parezca que fue tu elección para no sentir que eres relegado.
-¡Agh! ¡Me voy de aquí!
-Perfecto. Que tengas un buen día. Yo que tú lo disfrutaría. Dicen que arder en los fuegos de la perdición no es el sentimiento más agradable de este mundo.
-Idiota...
-Chao, pecador.

...
...
...

    Definitivamente, qué suerte que las almas no andan trascendiendo en frente de todos. Qué lío que se ha armado con estos dos...


...Y si mi abuelita tuviera malta, sería un corn flake...

martes, 18 de mayo de 2010

Para inspirarse como los grandes. Parte I.

¿Qué hacer cuando la inspiración escapa a sus manos? ¿Existe alguna manera de atraerla y mantenerla en su regazo hasta que ya no la necesite? ¿Qué procedimientos existen para refrescarse la maceta y acabar con la sequía? ¿Alguna vez usted ha sentido que, por más que se exprime la cabeza, ni siquiera un barro hace su feliz aparición? Por suerte, sí hay maneras científicamente comprobadas (el que ose decir que no soy un científico se irá al Infierno) de llegar a un estado de inspiración continua, en el cual incluso la persona menos creativa del mundo es capaz de pintar un David o esculpir una Mona Lisa (¡Advertencia! La palabra correcta es "esculpir", no "escupir": evite a toda costa cualquier tipo de confusión). Este artículo en varias entregas los llevará paso a pasito por el camino correcto en la búsqueda de las musas, pues, como dice el conocido refrán, "hasta la musa más apretada afloja de una bofetada".




Para inspirarse como los grandes
-Guía teórico-práctica-
Parte 1



1. Antes que nada, hay que ponernos de acuerdo con la definición de la palabra "inspiración". La RAE dice en su primera acepción que la inspiración es la "acción y efecto de inspirar o inspirarse". Sólo puedo decir que tienen toda la razón.


2. A riesgo de caer en redundancias, creo pertinente ponernos de acuerdo ahora sobre el significado más concreto de "inspirar" o "inspirarse". La RAE dice en su primera acepción que "inspirar" es "atraer el aire exterior a los pulmones".También tienen toda la razón, pero en este caso es más complicado entender qué tiene que ver el aire exterior con la inspiración artística. Con tristeza debo confesarles que la ciencia aún no ha podido resolver este dilema.


3. Alejémonos un poco entonces de este enfoque lingüístico y acerquémonos a lo empírico. He aquí una transcripción de una entrevista hecha por nuestro reportero Antonio García a la señora Beatriz Testoy, la persona que ostenta el Récord Guiness del ser humano que ha permanecido en estado de inspiración continua por más tiempo. Madame Testoy, como le gusta que la llamen, lleva 27 años inspirada, con tan sólo una interrupción de 5 minutos hace 8 años, cuando, en una distracción, prendió por unos momentos la televisión de su casa. Leamos este increíble testimonio:


Antonio García: Madame Testoy, antes que nada, es un honor estar aquí con usted. Me alegra que haya accedido a concedernos esta entrevista.


Madame Testoy:  Querido Toño, el honor es todo mío. Es un sueño hecho realidad el poder colaborar con "...Y si mi abuelita tuviera malta, sería un corn flake...". Muchas gracias por invitarme. (Se acomoda sus anillos de diamante y sonríe con sus labios botulínicos)


A. G: Al contrario, gracias a usted. Y ahora, para empezar nuestra plática, me gustaría preguntarle algo que seguro estará rondando la cabeza de todos nuestros lectores: ¿Qué se siente estar inspirada?


M. T: Ay, Joaquín... digo, Toño, perdón... es algo que no puedes ni imaginarte. ¡Se siente tan bonito! ¿Alguna vez has tenido hambre y luego comido?


A. G: Ehm... sí.


M. T: Bueno, ¿ves que se te quita el hambre?


A. G: Sí...


M. T: Pues más o menos ésa es la sensación. ¡Jajaja! (Se ríe dejando al descubierto unos colmillos recubiertos de oro) Mira, querido, el estar inspirada es algo del otro mundo. Ahora que estoy continuamente en este estado pienso que toda mi vida anterior fue un completo desperdicio... ¡Gracias a Dios que existen los extraterrestres!


A. G: Perdone... ¿extraterrestres?


M. T: ¿Qué no estabas enterado, bombón? Mi loca inspiración se la debo plenamente a los extraterrestres. Escucha, yo solía ser una chica completamente normal. Hacía lo que todas las chicas normales suelen hacer: me deprimía por mi exceso de peso, me enamoraba de cualquier hombre que me cediera su asiento, espiaba a mis compañeros de clase cuando se duchaban después de la clase de gimnasia, participaba en sesiones sadomasoquistas con mi maestro de matemáticas, etc. Tú sabes, nada especial. Pero un día, los extraterrestres visitaron mi casa... y me llevaron con ellos.


A. G: Disculpe, me da mucha pena preguntarle esto, pero debo de hacerlo: ¿usted es Madame Testoy?


M. T: ¡Jajaja! ¡Qué preguntas, chico, qué preguntas! Como te decía, vinieron los extraterrestres y me llevaron en su nave espacial. (Su cara plastificada se queda unos segundos mirando al vacío) Yo sabía, claro está, que esto tenía que pasar algún día, ya que había recibido infinidad de pistas sobre su visita. Sólo que no sabía que iba a suceder tan pronto. En las películas siempre presentan a los extraterrestres como pequeños hombrecillos verdes de grandes ojos y cabeza ovalada. ¿Pues sabes qué?


A. G: Ehh, ¿qué?


M. T: ¡Son exactamente así! Y me dijeron que mi hora había llegado.


A. G: ¿Su hora de qué?


M. T: ¡Espera, querido, para allá voy! Me dijeron que mi hora había llegado. Mi hora de ser grandiosa. Me dijeron que yo estaba destinada a cosas grandes, enormes. Fue por eso que inmediatamente después de haber regresado a mi hogar, fui a colocarme estos implantes. Pero no sólo me dijeron eso, también me hablaron acerca de la inspiración divina.


A. G: Espere... ¿entonces también los extraterrestres creen en Dios?


M. T: Ay, Roberto, digo, Toño, realmente haces cada pregunta. ¿Pues cómo no va a ser así si sólo existe un Dios verdadero, mi niño? ¿A quién le pedirían los pequeños niños aliens que cuidara a sus padres? ¿Quién les daría el pan extraterrestre de cada día? Si desde que existen las telecomunicaciones Dios ha llegado a todos los rincones del universo.


A. G: Sólo hay una cosa que me confunde un poco. Usted dijo inspiración divina, ¿no es así? Bueno, es que nosotros creíamos que lo que usted poseía era inspiración artística.


M. T: ¿Inspiración artística? ¿Eso existe? ¡Jajaja! (Se ríe escandalosamente, agitando con brío sus gigantescas... inspiraciones divinas. En ese momento aproveché para salir de la habitación y escapar de aquel terrible malentendido)


4. Claramente, el significado de inspiración no es nada fácil de aprehender, pues existen cientas de maneras distintas de estar "inspirado". Lamentamos que nuestra experiencia empírica no nos haya dado las pistas que estábamos buscando. Pero esperamos tener más suerte para la próxima. No se pierda la segunda parte de "Para inspirarse como los grandes", donde veremos lo sencillo que es entrar en estado de inspiración en tan sólo 5 pasos.


    Deseándoles dulces sueños plagados de inspiraciones divinas...

...Y si mi abuelita tuviera malta, sería un corn flake...